Coronada en 1633, a los seis años, y educada como si fuera un príncipe, la Reina Cristina de Suecia fue una joven dirigente, enigmática y brillante, que combatió a las fuerzas conservadoras para revolucionar Suecia al tiempo que experimentaba el amor y exploraba su incipiente sexualidad. Huérfana de padre, que murió en la guerra, rechazada por su madre y criada en una corte luterana dominada por hombres que pensaban que no tenía otra opción que casarse para tener un heredero, Cristina se vio envuelta entre la pasión y la razón. Revolucionaria, estudiosa de las artes y las ciencias, amiga de Descartes, librepensadora, precursora del movimiento feminista..., en síntesis, una nueva europea políticamente visionaria. Cristina era al mismo tiempo confusa, inquieta, excéntrica, solitaria, y en la corte todos subestimaban tanto su mente brillante como el despertar de la atracción que sentía por la condesa Ebba Sparre. Dividida por el conflicto que le planteaban sus aspiraciones políticas y sus deseos personales, Cristina tomaría una de las decisiones más controvertidas de la historia.